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Los cuidados en el domicilio exigen un proceso de transformación profundo y sin demora

Existe una realidad que debemos abordar, relativa al envejecimiento de la población y al aumento de la esperanza de vida. Según el INE, en la actualidad estamos en un porcentaje del 20,1% de población mayor de 65 años, creciendo progresivamente hasta el 30,4% que se estima alcanzar en el año 2050. Misma tendencia progresiva, la de los mayores de 80 años, que se estima pasen del 6,1% al 11% en el 2050.

Si a este proceso de envejecimiento le incorporamos las conclusiones de estudios que indican que un 75,3% de las personas de entre 55 y 75 años prefiere continuar viviendo en sus hogares el mayor tiempo posible antes que trasladarse a una residencia, tenemos ante nosotros un reto necesario de afrontar a la mayor brevedad. Especialmente, en los servicios sociosanitarios en el domicilio.

Ante este último dato, dos reflexiones previas: es común hablar de los servicios en el entorno domiciliario como alternativa a los servicios de una residencia, aspectos que, en cambio, deberían plantearse como complementarios: opciones tan necesarias una como otra ante la evolución de los niveles de dependencia en el ciclo vital de las personas. En segundo lugar, los cuidados en el domicilio exigen un proceso de transformación profundo y sin demora, con la finalidad de satisfacer las necesidades y los deseos de las personas de permanecer en sus entornos domésticos.

Cada persona debería tener la capacidad de elección del proveedor de servicios domiciliarios, al igual que ocurre con los servicios residenciales. Esta medida supondría un avance significativo para adecuar el servicio a los deseos de cada cual, y a su nivel de satisfacción por los servicios recibidos. En este enfoque, deberían garantizarse, por parte de la Administración General del Estado y de las Comunidades Autónomas, los medios económicos y la estructura funcional necesaria para que sea una realidad. Este es un proceso que debe llevarse a cabo paulatinamente, sin provocar graves desequilibrios en el sector tanto laborales como económicos.

Por este motivo, es preciso abordar una reconversión de los servicios en el entorno domiciliario los cuales deben centrarse en el usuario, que es quien decide cuándo y cómo recibirlos. En este sentido, la adecuación a los deseos y preferencias de la persona requieren estructuras más -a veces, mucho más- flexibles que las actuales con procesos de licitación que garanticen la prestación de un servicio adecuado. Asimismo, se deben armonizar los derechos de las personas dependientes con los de las personas trabajadoras que las cuidan y, a la vez, con los procesos de provisión de los servicios. Y éste es un aspecto que debe abordarse con decisión.

El método más generalizado para la provisión de servicios públicos en el entorno domiciliario es la licitación pública. Y aquí urge diálogo y trabajo, así como abordar las pertinentes iniciativas legislativas para conseguir adaptar y actualizar los precios según los condicionantes económicos de los últimos años, con el consiguiente impacto en la actualización de los salarios de los trabajadores. Quienes hemos conocido en primera persona la situación del sector a finales de los años 90 y principios de la década del 2000, sabemos qué pasos hay que evitar dar para prevenir quiebras en entidades por la imposibilidad de asumir la gestión de los servicios.

En esta línea de profesionalización y mejora continua, muestro mi completo apoyo a toda iniciativa de las personas que aportan su tiempo a los demás -es loable y ojalá fuese generalizado-, pero considero un desacierto fundamentar solamente el sistema de los cuidados en dichas iniciativas.

Es positivo, sin duda, que familia, voluntariado y redes de apoyo participen en los cuidados de una persona si ésta lo desea, faltaría más. Lo que no parece razonable es que estas iniciativas se conviertan en los responsables últimos de los cuidados, sin la pertinente cualificación, formación y sin los medios adecuados para garantizarlos en el tiempo. Las familias necesitan apoyo profesional para atender a los suyos, dado que en muchos casos existe una imposibilidad real de poder destinar el tiempo y los medios necesarios para atender a sus seres queridos como les gustaría.

En este contexto, debemos eliminar la ideología en el diseño y la provisión de los servicios sociosanitarios. Los ciudadanos necesitamos ejes bien definidos y mecanismos de colaboración público-privada que velen por los resultados alcanzados en los objetivos establecidos para la persona dependiente, con niveles de servicio claros y evaluables por las Administraciones Públicas, garantizando su viabilidad económica y social.

Nuestro sector genera empleo: de forma directa emplea a casi un 1,7% de la población ocupada en España, alrededor de 180.000 personas. Es una oportunidad de aumentar la riqueza de la ciudadanía, además de satisfacer una demanda que irá en aumento exponencial en los próximos años. Pero, para ello, el sector debe ser atractivo. En la actualidad se percibe de forma negativa. En general, se habla despectivamente sin conocerlo. Por supuesto que existen aspectos a mejorar, entre ellos, la posibilidad de nuevas iniciativas curriculares, convocatorias para certificar la experiencia y una formación progresiva y constante para aumentar las competencias de la persona trabajadora debido a la exigencia cada vez mayor de la población a cuidar.

El reto es ingente pero apasionante. El sector de los cuidados en el domicilio necesita personas creativas, con vocación y liderazgo. Visión de trabajo colaborativo y orientado al resultado común de los objetivos definidos en cada momento para la persona usuaria. Hablo de personas con dichas cualidades, independientemente del rol que se desarrolle en cada momento, bien como Administración Pública o como entidades privadas. Parecería una utopía, pero ya no lo es tanto. Hay experiencias que van abriendo un camino nuevo por explorar.

 

Agustín Lopesino, Director Corporativo de Sector Público y Servicios de Atención en el Domicilio de DomusVi