Israel, trabajador social DomusVi Arroyo
Muchos me entenderán cuando haga este símil, pero esperábamos que este virus fuera como una ola de esas del Mar Cantábrico un día un poco revuelto… sabes cómo es, estás alerta, preparado pero finalmente te cae un tsunami encima y eso es difícil de sobrellevar.
En nuestro centro los primeros días fueron frenéticos. Adoptando medidas preventivas, habilitando zonas de aislamiento y zonas de “limpio”, intentando estar preparados ante cualquier caso que pudiera surgir, pero con la esperanza de que todo pasara de largo y quedara en un susto.
Comenzaron a conocerse los primeros casos a nivel nacional, fallecimientos de personas no tan mayores, sanitarios, policías… y esto evidentemente te crea una preocupación en ti, pero también en tu familia.
Yo estoy casado y tengo 3 niños, el pequeño de tan solo 15 meses y esos días mi mujer lloró mucho cada vez que me iba de casa a trabajar, con el susto en el cuerpo y pensando que pudiera tener algún problema. En algunos momentos llegó incluso a pedirme que no fuera a trabajar por miedo a que pudiera contagiarme (vivo en un piso como el de cualquier ciudadano de a pie, con un solo baño y los dormitorios justos para una familia numerosa como la mía).
Ver a mi hijo mayor, que tiene solo 6 años, preguntarme una y otra vez si ese día podría quedarme en casa con ellos en lugar de ir a trabajar ha sido duro pero… me siento muy contento y orgulloso de poder decir que no he faltado ni un solo día al trabajo desde que todo esto empezó y también de tener una mujer que me ha apoyado en todo y que ha tenido paciencia y gran fortaleza para sufrir en casa la incertidumbre, además teletrabajando y haciéndose cargo de los 3 niños sin mi ayuda.
Sea esta carta también mi agradecimiento a ella, porque si dicen que somos héroes los que hemos estado trabajando para otras personas en esta situación (yo no me siento así), cuanto más las familias que se han quedado en casa con la incertidumbre de si nos contagiaríamos o no y soportando noticias injustas frente al trabajo que se ha hecho, no solo en esta residencia, si no en todas las residencias de España.
Mi trabajo es éste. Esta es mi vocación. Esta es mi vida. Siento una obligación moral respecto a la gente con la que convivo cada día, mis mayores, y como tal intento ayudarles dentro de mis posibilidades, y no quería fallarles. Tampoco a las familias que depositaron su confianza en nosotros cuando nos eligieron como hogar para sus padres, tíos o hermanos.
Resulta injusto, y dañino, leer tantas noticias en prensa, ver la televisión, con noticias que buscan el morbo y la ligereza con la que algunos medios opinan sobre la gestión en las residencias, y no solo me refiero a la nuestra como indicaba antes. No piensan en el daño que infligen a las familias de los residentes, ni a las familias de los trabajadores. Está claro que lo mejor que he hecho en este tiempo es desengancharme de ver las noticias por el medio que sea (siempre hay que sacar algo bueno de las cosas) y centrarme en lo importante que era mi centro.
TODOS, y digo bien, TODOS, los que hemos estado aquí trabajando cada día, hemos llorado en algún momento por esas personas que se marcharon. No eran un número, tenían nombre y apellidos. Tenían además vivencias compartidas que quedarán en nuestro recuerdo: Ángeles, Sócrates, Justo, Lucio… es muy duro verles marchar sin tan siquiera despedirse ni despedirnos de sus familias de una forma “normal”. Es duro comunicar el fallecimiento o dar el pésame a una familia tras su pérdida, pero lo hemos intentado afrontar de la manera más profesional y humana que ha estado en nuestras manos.
Personalmente guardaré muchos recuerdos. Como el de un hijo esperando a su padre durante horas en nuestra puerta para que una ambulancia lo trasladara al hospital. Ese hijo que con una pequeña cartulina escrita a mano sostenía un GRACIAS y nos insuflaba ánimo gritando cada vez que alguien del personal se iba del centro, incluido al que escribe.
Pude hablar con él tras fallecer su padre. Su voz era de abatimiento, de dolor… pero de su boca volvieron a salir palabras de agradecimiento. Eso ha sido algo increíble para mí.
O la carta de Alicia tras fallecer su madre, Eloísa, agradeciendo a todo el personal nuestra labor a pesar del sufrimiento, y que muchos releemos en la entrada de nuestro centro cuando tenemos momentos de flaqueza acusados por el cansancio, la tensión y el agotamiento de toda esta situación. Esto nos ha hecho volver a ponernos en pie y tirar para adelante.
También recordaré algunas de las vídeo llamadas que he podido hacer con familias que no veían a sus padres desde hacía un mes, con toda la emoción del momento y que para mí han sido un regalo el poder compartirlas con ellos. Me pongo en vuestro lugar. Llevo más de mes y medio sin ver a mi madre, viuda desde hace 5 años y con la que tampoco tengo oportunidad de tener vídeo llamada al no estar habituada a las nuevas tecnologías.
Podrá sonar raro, pero también guardaré todo ese mogollón de horas, de días muy largos trabajando en el centro con mis compañeros, que han demostrado no sólo ser grandes profesionales, también ser grandes personas. Espero que este espíritu nacido de algo tan malo como ha sido esta pandemia pueda persistir en el tiempo, pues nos ayudará a hacer buenas cosas para nuestros mayores y espero que también a todos para construir una sociedad mejor.
No nos sentimos héroes sin capa. No lo somos, de verdad. Ni siquiera nos merecemos aplausos a ninguna hora concreta (aunque hubiera estado bien que en ese de las 8 de la tarde se nos hubiera incluido…). Solo nos merecemos el respeto y consideración de ser profesionales y si llega algún agradecimiento (que nos han llegado muchísimos, he de decirlo), bienvenido sea. No hemos hecho nada extraordinario, siempre hemos velado por el bienestar de nuestros residentes y seguiremos haciéndolo.
Sueño como todos, con ese día en el que pueda visitar a mi madre, darle un abrazo y quedarme a comer con ella unos macarrones de esos que hace tan buenos. Sueño con salir a pasear con mi mujer y mis hijos y visitar después a los bisabuelos. Ir a un parque y que puedan jugar como tantas veces con otros niños. Sueño con volver a juntarme con mis compañeros de equipo y jugar un partido de fútbol como cada domingo hacía.
También sueño con ese día en el que las puertas del centro se abran con normalidad, que aparezcan las familias y se reencuentren todos aquí. Que pueda dar los buenos días o las buenas tardes a tantas y tantas familias que formáis parte de nuestro día a día, y también despedirme de aquellas que perdieron a sus seres queridos en este tiempo.
Sueño con cerrar un ciclo que, a pesar de lo mal que nos lo ha hecho pasar, me ha vuelto a poner los pies en la tierra y valorar cosas que parecían ya no tener importancia al darlas por hecho.