Begoña, Terapeuta Ocupacional DomusVi Fontibre
Amanece un nuevo día, cierro la puerta de mi casa, y miro hacia arriba, observo todo lo que hay a mi alrededor, mientras mis pasos me llevan, uno tras otro, hasta la residencia.
Apenas tropiezo con nadie en todo el trayecto, aunque es largo, veo coches que van y vienen como yo, a cumplir con su trabajo, y respiro hondo, y pienso todo lo que estamos viviendo, y siento en cada parte de mi cuerpo una tristeza y una pena que no soy capaz de aplacar, y entre mis pensamientos se cuelan las noticias de la radio, o un mensaje en el móvil de los tantos que estamos recibiendo, y dejo que fluyan lágrimas en mis mejillas, necesito hacerlo, porque en el momento en que entre por la puerta he de ser fuerte, por ellos y…
Ya he llegado. Lejía en la suela de mis zapatos, doble guante, bata, mascarilla… Y a dar lo mejor de mí, estoy preparada. Llevo mi mejor sonrisa, y aunque no la ven, sé que la sienten, en mi tono de voz, en mi mirada, o al menos así quiero creerlo. Damos el desayuno. ¿Has dormido bien? ¡Hoy estás muy guapa! Hoy ha salido el sol, mira qué bonito día, abramos las cortinas y ¡que entre la luz!
Vaya, hoy una de las residentes de nuevo se niega a desayunar, cuando termine de repartir a todos, entraré de nuevo a ver si consigo algo,… Nada, hoy ni una cucharada, empiezo a estar preocupada, desde que todo esto empezó apenas quiere comer, ni con mimos, ni hablándole de su sobrina… Nada…
Comienzo a tomar la temperatura de los residentes, bien, de momento van todos bien, ni uno de ellos tiene fiebre, sólo me quedan tres habitaciones,… No puede ser… 37,5… Por favor, no… Que no sea nada, otro no… Informo a la enfermera.
Durante la mañana voy haciendo vídeo llamadas a muchas familias, que esperan con tantas ganas ver a su abuelo, a su madre, a su tía,… Y soy testigo de tanto amor que en ocasiones te emocionas y, puntualmente algún residente se viene abajo, y llora con su hijo al otro lado del teléfono, sin poder abrazarlo… ¡Dios, cuándo terminará todo!
La jornada continúa, y sigues haciendo todo lo que puedes, dando de comer a quien no puede hacerlo solo, repartiendo material por plantas,… hasta que terminas la jornada, cansada, preocupada por los residentes, e inquieta por no llevarte de vuelta a casa un compañero de viaje que nadie quiere…
Y mis pies vuelven sobre sus pasos, esta vez más despacio, por el peso de otra dura jornada, y de nuevo, respiro hondo y observo a mi alrededor, y doy gracias por el sol que brilla, los árboles del camino, y por tener una familia con la que compartir miedos y sueños.
Pero también doy gracias por tener unos compañeros tan increíbles, que a pesar de transmitir su inquietud en algún momento, están dándolo todo, por ellos, por nuestros residentes. Están agotados, pero ahí siguen, con una cercanía, una humanidad y una profesionalidad que no puedo dejar de admirar. Y me siento bien, por participar en esta batalla, que está siendo muy dura, pero sin duda está sacando lo mejor de nosotros.
Y, cuando todo ésto termine, que lo hará, y volvamos la vista atrás, echaremos muchísimo de menos a los que ya no están, aunque sigan viviendo en nuestros corazones, pero seguiremos mirando hacia delante, por los que siguen con nosotros, y con ellos y con sus familias, daremos gracias a la vida.
Begoña
DomusVi Fontibre (Zaragoza)