Ángels, recepcionista DomusVi Cocentaina

A TRAVÉS DE SUS OJOS

Es lunes por la tarde, el sol resplandece tímidamente y parece que esto que nos comentan sobre el coronavirus va muy en serio. Empezamos tímidamente viendo a otros países pero parece que ahora nos golpea a nosotros.

Me pongo mis zapatos, cojo mi mascarilla y unos guantes y parto hacia mi trabajo. No es un día cualquiera. Mis hijos ya no van al colegio, mi madre ya no puede salir a la calle, estamos todos confinados, cuando bajo a la calle veo que no es un día más, reina un ambiente enrarecido, un ambiente muy poco habitual, un ambiente como nunca habíamos vivido.

Voy andando como siempre, llego a la puerta del trabajo y pienso que por favor que todo esto lo podamos sobrellevar. Vamos adaptando nuestro trabajo a las circunstancias que se nos van presentando. Hoy mi directora nos ha reunido a las de la tarde para darnos las nuevas directrices a seguir, con voz calmada y serena nos comenta cómo están las cosas, siempre con ánimo y dando tranquilidad. Hemos seguido sus pasos, todos nos hemos enfundado el uniforme blanco, sin excepción, todos somos uno, el blanco resplandece por todo el centro.

Ahora nos toca cuidar de nuestros residentes como siempre lo hemos hecho, con una gran sonrisa, la preocupación es el traje que llevamos por dentro, el miedo de que pase algo son las hormas de nuestros zapatos, y la angustia de que no vaya a salir bien nos la enfundamos en nuestras manos; manos cubiertas por guantes que nos restan ese calor humano cuando acariciamos a nuestros residentes.

Veo que ellos nos miran desde los pasillos pasar y se preguntan cómo es posible que ahora les toque pasar por esto con tantas vivencias pasadas, tantas anécdotas contadas, con tantas vidas encontradas… ellos nos miran y nosotros les sonreímos y les contamos que todo irá bien.

Qué bonito es poder verles a través de su mirada y ver reflejada esa inocencia de aquellos niños que correteaban por la calle jugando con sus amigos, todos nos cuentan vivencias de cuando la vida les sonreía, de cuando la vida de forma inesperada les golpeaba, de cuando sus padres los querían tanto que con solo recordarlos ruedan por sus mejillas lágrimas nostálgicas impregnadas de amor; otros simplemente al pasar por su habitación, nos miran, nos siguen con su mirada pero no nos dicen nada; otros se quedan pensativos mirando por la ventana, esperando que amanezca para ver a sus seres queridos.

Miro a mi alrededor y parece que el tiempo se haya parado, ahora tenemos todas las salas y comedores despejadas, no hay nada, donde había vida ahora hay vacío. Es demoledor entrar por la puerta que va hasta recepción y ver que todo está vacío, que donde siempre estaban ellos revoloteando, no están, donde los comedores estarían llenos, solo hay silencio, ese silencio que perturba mi mente porque solo veo el reloj colgando en la pared y marcando las horas. Parece que el tiempo se haya parado desde aquel día, igual que el murmullo de sus voces que se oían cada tarde después de merendar.

Veo a mis compañeras andar de acá para allá, veo tensión en sus caras, no nos reímos ya tan ligeramente, pero, al mismo tiempo veo una cosa que me engrandece el corazón, todos sabemos que estamos trabajando con las personas más vulnerables ante esta situación, que son nuestros residentes, por los cuales cada día nos levantamos a trabajar y compartimos parte de nuestra vida y nosotros formamos parte de la suya.

En todo esto, sin darnos cuenta, se crea un vínculo con ellos, sabemos que este trabajo como personas, nos recompensa, como seres humanos nos humaniza, porque podemos ver en ellos la vida, podemos ver en ellos a unas personas que fueron niños, que fueron jóvenes con toda una vida por delante, que fueron adultos y ahora han llegado a la vejez y parte de su vida está en nuestras manos.

Por ellos nuestro trabajo a nivel personal es reconfortante, somos todos una pequeña gran familia. No es fácil para nosotros no estar preocupados, todos tenemos seres queridos y por ellos estamos luchando. Estoy al teléfono de recepción, las llamadas no cesan , los familiares nos llaman preguntando, nos llaman dándonos ánimo y para decirnos que lo estamos haciendo bien.

Los días van pasando, vemos las noticias oficiales y los casos van aumentando, cada día nos vamos amoldando a las cosas nuevas que van cambiando, parecemos Chef de cocina, que con cada día que pasa nos vamos reinventando, no sabéis lo que es vivir cuando te comentan que un residente no se encuentra bien.

Siempre hemos tenido usuarios con sus altibajos, con sus dolencias, con sus marchas de esta vida, siempre hemos tenido a alguien y no nos ha tenido tanto el corazón en un puño, no porque antes no nos importe, al contrario, es la vida misma en estado puro, sí no porque ahora lo único que no nos podemos permitir es que este inesperado e invisible enemigo nos haga la visita al centro.

Todos nos miramos, nos preguntamos que es lo que será, ¿habrá sido la hora y no lo hemos podido remediar? Te vienen a la mente situaciones de otros centros y ver cómo compañeros de profesión, están luchando, otros cayendo, otros llorando de  impotencia de ver que, a pesar de todo lo que habían hecho, entró sin más y los dejó desnudos en aquella habitación, desnudos de calma, desnudos de tanto esfuerzo; pero ves cómo se levantan y continúan luchando, dándolo todo por revertir esta situación.

No podrán con nosotros, por muy tocados que estemos, nos damos las manos unos a otros para seguir avanzando, no vamos a permitir dejar a nadie atrás. Vida, esto es por lo que todos luchamos, vida es a la que todos sin distinción abrazamos, vida de uno y vida de todos.

Cuánto estamos aprendiendo de todo esto, cuánto estamos llorando en silencio sin que nuestro llanto nos impida ver que de esto estamos saliendo o no tenía que estar pasando esto, aquí estamos. Los días pasan y vemos cómo no bajamos la guardia, estamos unidos, todos y cada uno de nuestros compañeros con los que comparto mis días de trabajo aquí en el centro me han demostrado lo profesionales que son, pero sobre todo mejor personas.

Hemos crecido todos a nivel emocional, a nivel humano, a nivel de compañeros nos hemos apoyado unos con otros, hemos visto como nuestras angustias y nuestros temores  compartidos han sido menos.

A día de hoy continuamos trabajando sin descanso para ver esa luz que nos traiga a la normalidad. Compartir estos momentos nos ha hecho ver que cada uno de nosotros tenemos una historia, que somos todos más cercanos de lo que nos pensábamos, que somos de tú a tú igual, todos hemos salido reforzados como compañeros, todos hemos sentido el apoyo de los nuestros, hemos visto que la vida de las cosas malas también podemos aprender, tenemos un lazo que nos une a los residentes, tenemos un lazo que nos une como familiares, tenemos un enorme lazo que nos ha unido como compañeros.

Cómo deciros que cada día que cae la noche, algunos el sueño nos ha trastocado; como hablar sin decir que hemos llorado, quién no ha llorado abrazado a la almohada, sentado en la cama o mirando por la ventana, como deciros que esos momentos de una forma u otra todos los hemos pasado, ¿quién no ha llorado debajo de la ducha mientras el agua golpeaba nuestra cara?

Cómo deciros que hemos luchado cada uno de nosotros por encontrar esa libertad, esa que un día llamó a nuestra puerta y alguien nos la cerró sin dejarla pasar. Cómo deciros que estamos por el buen camino. Somos personas que con nuestro esfuerzo y dedicación vamos a recuperar esa libertad que nos fue arrebatada, lo estamos consiguiendo y cada día que pasa notamos su presencia en nuestras vidas, notamos su fragancia besándonos en la cara, notamos que nos coge de la mano y nos enseña el camino.

Cómo deciros que cada uno de todos los centros, sean los que sean, los nombres de ellos ahora no importan, importa el buen hacer de las personas, y como poder deciros que nadie quería esto, que nadie buscaba tenerlo dentro, todos y cada uno de ellos, solo por las personas que trabajamos en ellos nos merecemos un respeto por el trabajo hecho.

Cómo poder deciros que todos buscamos lo mismo, todos buscamos que el sol vuelva a brillar en nuestras vidas, todos buscamos la felicidad de los nuestros en cada pedacito de cielo aterciopelado, todos buscamos gritar de nuevo que esa libertad que perdimos, esa vida que nos cambió de golpe nos sea devuelta, volvamos a abrir nuestras puertas y que cada uno pueda volver a abrazar a los suyos, yo dándoles la bienvenida y abriendo el acceso al centro como cada día lo hacíamos, descolgando el teléfono para poder decir tan solo, esta es vuestra casa como es la nuestra.

Sólo nos queda decir que nunca perdemos la esperanza, que nunca nos rendimos, que si caemos nos levantamos, que si algo nos golpea, continuamos, que si no vemos algo claro lo comentamos, porque cada uno de nosotros desde nuestros puestos, cada uno de nosotros hemos sido fuertes a nuestra manera, hemos sido conscientes con lo que estábamos tratando y hemos sido todos UNO, hemos trabajado todos con un mismo guion y hemos perseguido todos el mismo fin.

Agradecer a cada uno de mis compañeros sin excepción o distinción de su saber estar, de su saber cómo trabajar, de su implicación porque todo esto saliera como es debido, no vamos a parar hasta conseguirlo y lo que es más importante, no vamos a dejar a nadie atrás. Cómo queréis que os diga que no hay mejor recompensa, que la vida nos sea devuelta.

Suena el teléfono, lo siento pero tengo que contestar. Un placer haberos contado un pequeño fragmento de nuestra vida en un centro, en Nuestro Centro.

Ángels
DomusVi Cocentaina